
Jacob ha demostrado su carácter y valentía. Para reconocer estos valores, Dios le cambia su nombre. Su nombre llega a ser el nombre de la nación de Israel. Fue el comienzo de una larga historia de amor, pecado, corrección, arrepentimiento y de perdón. Es la historia de nuestras vidas.
Israel es un nombre hebreo (ישׂראל, Yisra’el o Yiśrā’ēl, árabe إسرائيل, Isrā’īl) cuyo significado es «el que lucha con Dios». No es una lucha de la manera negativa, con falta de respecto, sino una lucha de persistencia. Dios que conoce el corazón humano, sabía de su carácter y por qué luchaba.
¿Qué podemos aprender de este episodio en la vida de Jacob o Israel?

A Dios le agrada que tengamos un diálogo persistente con Él, razonando sobre las situaciones. Cómo lo dicho, no es en base a la falta de respecto, sino en base a una relación de familia.
Imaginemos en una familia: si es una situación razonable, cerca de los parámetros normales, ¿cómo crees razonar con tus padres? Se haría con respecto pero con la libertad de decir tus opiniones y razones. La persistencia puede tener un lugar pues muchas veces hay una diferencia en puntos de vista entre las generaciones.

Así, con libertad y persistencia, quiere Dios que actuemos en nuestra relación con Él. Cuando lo hacemos, demostramos que le queremos y respetamos como el Padre perfecto. Hay un momento, entretanto, en que toda la persistencia tiene que amenguarse, transformándose en aceptación, alabanza y confianza en Su perfecta voluntad. Como nuestra regla de oro, comparto las palabras del propio Jesús:
» … diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
Lucas 22:42
Mara